Los relatos de Todos los crímenes del mundo, el cuarto libro de Sergio Royo, son, en realidad, un espejo en el que encontraremos aquello que no nos atrevemos a enfrentar cara a cara en nuestras propias vidas, «acordes diferenciados de una misma derrota».
Los relatos de Sergio Royo, desde el primero hasta el último, están atravesados de verdad. Parecen haber nacido de un dolor no impostado, del insomnio y la esperanza («esa puta vestida de verde», que decía Cortázar) y del temblor de sus dedos.
Carlos Castán
En su cuarto libro de relatos, Sergio Royo insiste en los temas y en las formas que son ya característica y obsesión, seña inconfundible en su literatura: historias de gran desarraigo emocional, turbulencias vitales que desmoronan todas las certezas, narradas siempre con una prosa de tono lírico y desbordado. Esta nueva entrega supone, además, una cruda crítica a una generación volcada en las apariencias y que anhela, ante todo, la aprobación exterior; una exploración del comportamiento de personajes que van deslizándose entre relaciones afectivas como se deslizan entre fotos de una red social; un retrato de la contradicción y del deseo de huir para permanecer.
Indagando en las causas y efectos de distintos tipos de adicción (al sexo, al juego, a las redes sociales), los relatos de Todos los crímenes del mundo son, en realidad, un espejo en el que encontraremos aquello que no nos atrevemos a enfrentar cara a cara en nuestras propias vidas, «acordes diferenciados de una misma derrota».