Ropa de casa es el título de la nueva obra de Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960), Premio de las Letras Aragonesas 2011, que acaba de publicar Seix Barral en su colección Biblioteca Breve. Sus páginas ofrecen el retrato de formación de uno de los escritores más sólidos de la narrativa española.
Ignacio Martínez de Pisón fue niño en el Logroño de los sesenta, muchacho en la Zaragoza de los setenta y aprendiz de novelista en la Barcelona de los ochenta. La primera parte de su vida es la de un chico cualquiera, nacido en el seno de una familia feliz hasta la temprana muerte de su padre; años cruciales de los que se nutre su mundo literario.
Este es el apasionante retrato de formación de uno de los autores más sólidos de nuestra narrativa, unas memorias literarias que reflejan los profundos cambios vividos por la sociedad española, que en muy poco tiempo pasa de una rancia dictadura a una democracia consolidada que se integra en Europa.
En palabras de Ignacio Martínez de Pisón, “Nunca sabemos si lo que contamos sobre nuestro pasado es del todo cierto. El paso del tiempo va poco a poco modificando los recuerdos hasta desvincularlos del acontecimiento originario. Basta con desempolvar en alguna reunión familiar un episodio del pasado para que afloren versiones diferentes y a menudo contrapuestas. Me ocurrió con mis hermanos cuando, para la redacción de este libro, consulté con ellos algunos detalles. Por eso precisamente no he querido recurrir demasiado a su memoria. Me basta con la mía. Lo que he querido contar, más que el pasado, son mis recuerdos de ese pasado. Si con el tiempo esos recuerdos han acabado transformándose, también hay ahí una verdad oculta que merece ser tenida en cuenta. Con frecuencia, los libros de memorias falsean la realidad por una suerte de coquetería. Hay quienes escriben su autobiografía para indicar a la posteridad cómo desean ser recordados. Si también yo lo he hecho, ha sido sin pretenderlo. En todo caso, el lector de Ropa de casa se encontrará con el retrato de un joven más bien corriente, ni alto ni bajo, ni guapo ni feo, ni bueno ni malo, pero dotado, eso sí, del don de saber contar historias. Mi idea precisamente era aprovechar ese don para contarme. Para contarme y, sobre todo, para contar. Para hablar, a través de mí, de aquellos que me ayudaron a ser quien soy y contribuyeron a mi felicidad. Para resumir mi vida y al mismo tiempo para celebrarla”.