En la vida, como en su poesía, Ánchel Conte tiende su alma al sol. Se muestra libre de ataduras y convencionalismos y, quizás por eso, sus palabras nos llegan sin ruidos que puedan ocultarnos su esencia. Este es un libro de madurez y sabiduría, hermoso y vital, y, aunque no está exento de tristeza, nos humedece la piel como esas tormentas que nos sacan del sopor del verano.
Este poemario nos lleva en un vuelo rasante por el alma del autor. De las ripas de Alcolea al mar de Vera, de su piel a su memoria. Vamos y volvemos con el poeta; pájaros por un instante, nos detenemos en el torso desnudo de un hombre al sol, y el cuerpo es paisaje y el paisaje es cuerpo y deseo y a veces es amor y otras ausencia, dolor, melancolía.
El paisaje del alma se proyecta en el cielo, en los prados, en la arena, para escapar siempre mar adentro, allá donde el horizonte se funde con los recuerdos más queridos, más añorados. El paisaje es pasado y hogar, pero también es el deseo de días que llegarán, quizás los traiga el viento o la luz, o los ojos del amado…
Los paisajes de Ánchel son deseos salpicados por la brisa marina, cielos que transportan suaves pensamientos, arcillas en las que amasar el amor, aguas por las que corren el tiempo y las edades del poeta.