Desde comienzos del siglo III a.C., en las cerámicas (ya muy perfeccionadas técnicamente), aparecen representaciones figuradas que a pesar de su escasez, resultan altamente ilustrativas de las costumbres y formas de vida de los pueblos ibéricos.
Los artistas organizan las figuras en escenas, separadas entre sí por motivos vegetales o geométricos, en las que prevalece un claro sentido simbólico frente al narrativo o historicista. Intentan transmitir sus creencias e ideales, encarnados fundamentalmente a través de la guerra, considerada una de las más nobles y prestigiosas actividades dentro de la sociedad.
En general, las figuras aparecen totalmente silueteadas, con visiones frontales del cuerpo y laterales de los rostros. El detalle en vestimentas, adornos, y elementos accesorios prima sobre cualquier interés volumétrico y formal, y complementa el deseo de ofrecer a las escenas sensación de movimiento y un discurso narrativo.
La caza y doma de animales salvajes, los acuerdos y pactos, las celebraciones y rituales religiosos o funerarios en los que suelen aparecer animales míticos, serán también recurrentes en el repertorio iconográfico ibérico.
Este kalathos, posiblemente utilizado en determinados ritos en los que se consumiría una bebida especial, la hidromiel, es un claro ejemplo de la iconografía ibérica y de la complejidad simbólica de las representaciones pintadas. Posee un único friso dividido en metopas por medio de series de aves o motivos vegetales, que definen tres escenas: la primera con dos conjuntos de personajes afrontados, en actitud de saludo, con una de las manos de tamaño intencionadamente exagerado, y una vasija o un árbol entre ellos. Parece corresponder a un saludo ritual, posiblemente sellando un acuerdo o pacto agrícola.
En la segunda escena, un hombre labra la tierra con un arado de timón, tirado por una yunta de bueyes; un ave sobrevuela y en la parte inferior aparece una rapaz nocturna, posiblemente una lechuza.
En la última escena, dos jinetes con lanza se enfrentan a sendos jabalíes; detrás, un grupo de carniceros, posiblemente lobos, en cuyas figuras se resalta la fiereza representando las fauces abiertas y las garras afiladas. Debajo de una columna con aves, hay un pez de gran tamaño.
La representación ha sido interpretada de diversos modos, todos ellos asumiendo el carácter simbólico de las escenas: como un pacto agrícola, sellado por el intercambio de vasijas con alusiones a su contenido, en el que se establecería los límites de uso de los campos, la caza y los ríos; como alusión a los dominios básicos de la naturaleza (la naturaleza dominada por la agricultura, la naturaleza explotada por medio de la caza, y referencias a los dominios acuáticos y celeste); como representación del dios civilizador Georgos; como referencia a un antepasado mítico, fundador de la ciudad y fecundador de los campos; y también como un puro elemento narrativo de las formas de vida habituales en el mundo ibérico rural.